jueves, 7 de enero de 2010

ESCRITOR DEL MES: MARTÍN LUCÍA






Licenciado en Geografía, sevillano, al borde de los treinta y cuatro años, miembro fundador de Baratillo Joven, Martín Lucía está a punto de cumplir diez años en la poesía, lo que celebra con su primer proyecto como editor. Diez años después va a ser publicado su primer poemario en solitario (Los Desperfectos, Ediciones En Huida).


Constante investigador de las distintas posibilidades poéticas (audiovisual, musical, escénica) presenta en su primer libro una fotografía en movimiento de su yo personal y su yo poeta.

En estos años ha recibido algunos premios (Mención especial del jurado III Premio Artífice de Relato Corto y Poesía de Loja, finalista en el Premio Plumier de Versos, finalista en Premio Plumier de Colores...) y ha colaborado en diversos proyectos poéticos grupales y/o antológicos (Poetas en bicicleta, VV. AA., Ed. Nuño, 2007; Poetas en el Camino; VV. AA., Ed. Nuño, 2007; Poéticos Maullidos, VV. AA., Ed. Los libros de Umsaloua, 2009; La caricia del agua, VV. AA., Emasesa Cultural, 2009; Versos para derribar muros, VV. AA., Ed. Los libros de Umsaloua, 2009).

Más información en http://www.martinlucia.es/




Selección poética:




RETROSPECTIVA

Sus manos
siempre se adelantaron
al viento,
ausente mi reclamo.
Mi dolor,
mi luz vuelta y propia
como los errores amados,
entre cascotes, ruinas y metáforas,
hoy clama su venida de agua.

Cuelga de mis párpados de girasol
un muro violáceo
y una aurora imposible.
Y aún más recuerdo sus manos:
siempre se adelantaron
al viento.

A mis padres,
bellos hacedores de amor


ESPAÑA 1939

Las calles habían sido renombradas.
La mitad de las bocas, cosidas a las manos.
La mitad de los rostros estaban a medio deshacer,
entre remiendos y gusanos,
y arrastraban corazones con los latidos contados.
La mitad de los niños no tenían nombre
porque habían nacido y nacían viejos:
estaba anidado el invierno en sus costillas.
Los días también amanecían viejos,
sus amaneceres en huida.
Era la posguerra. España, mil novecientos treinta y nueve.
Tardaste cuarenta años
en decir palabras como Francia, cuneta o vencido.
Mamá, doce en nacer,
treinta y siete en decir hijo o acunar.
Yo, setenta desde entonces,
treinta y tres desde que mi madre dijera hijo o acunar,
en saber que hay que llevar
la sangre a los cuadernos
(como si nadie fuera a leerlos),
en entender que escribir a lo ausente no es el morir,
en quedar en paz
(la sangre en los cuadernos),
en quedar en paz.

A mi abuelo Lolo
A mi madre


MI VIENTRE COSIDO

Mi vientre cosido a tu vientre,
tu luz a mí traída,
tu pelo enredando el aire
como viento que arrastra hojas
o jóvenes con el corazón en llamas,
que es el vivir.
“Esquivar el suelo y remontar
una y otra vez el aire”, me dices.
Cómo nombrarte, amor, y no desangrarme.
Cómo nombrarte, cómo decir tu nombre,
que es mi vivir, amor,
y no desangrarme,
y no dragar el corazón hasta hacerlo entrega,
que es el amar.
Dime cómo, amor,
cómo traer a mí el espacio de tu nombre,
no desangrarme
e ignorar que la intemperie en las costillas,
que la soledad en el fin de la garganta,
contigo esquivaron mis ojos.

A Covi


LOS DESPERFECTOS

Nunca reventamos.
Simplemente avanzamos en silencio
entre multitudes
por entre el polvo en suspensión del aire.
A lo más, protegemos con disimulo nuestro pecho
mientras intuimos que vienen a por nosotros.
Todo en silencio. Sin despertar sospecha.
Bebemos whisky o ron con cola.
Planeamos viajes que, como tú, no realizaremos.
Pero todo en silencio y, a lo más, protegiendo el pecho
disimuladamente.
Sin despertar sospecha ajena.
Disimuladamente.
Porque somos los desperfectos y estamos llenos
de daños.
Somos los desperfectos y ya no soñamos
que poema alguno nos libere. Tú tampoco.
Por eso callamos,
mientras intuimos que vienen a por nosotros.
Los chicos de la calle, abandonados los trompos,
los grillos y los rabos de lagartija,
nos saludan
y tampoco saben nada.


VIVIR

Se reduce todo a vivir,
aunque sólo sea por un instante,
un instante eterno
como el primer beso en la boca.
Se reduce todo, pues,
a escribir un poema por día
para así
intentar perpetuarnos entre vosotros.

Un poema en el que muramos
cada día
(aunque nadie lo perciba)
y que nos permita vivir, revivir
(aunque nadie lo perciba),
aunque sea solo por un instante,
un instante eterno
como el primer beso en la boca.

Un poema
donde hayamos dejado nuestra sangre
mientras los otros
renombran las lunas que creen ver nacer
en sus manos,
mientras los otros
aprenden nombres, palabras y personas
que en su sonar
anestesian su dolor.